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Adorando mis pies


Ya en el ascensor de su casa puedo adivinar su nerviosismo. Sé que me espera postrado ante mi trono, en el centro de su salón, aguardando impaciente mi llegada.


 
 

 
 

Abro la puerta de su casa con mi llave y me adentro por el pasillo. Puedo imaginarme con precisión la inquietud que le provoca el sonido de mis tacones avanzando. Me detengo apoyada en la puerta del salón para que el inconfundible aroma de mi inseparable Gucci Rush llegue hasta él, avivando así aun más su pasión.

Le observo y sé qué discurre por su mente: incertidumbre y excitación pero, sobre todo, un deseo irrefrenable de adorarme y de demostrarme su absoluta entrega a Mí, besando -dulce, pero apasionadamente- mis pies.

Me siento mientras él, obediente, sigue sin alzar la mirada. Cruzo mis piernas asegurándome de que escuche el roce del cuero de mis ajustados pantalones.

Le observo un par de minutos; disfruto de la situación. Sé que el olor al cuero de mi ropa y el de mis tacones están acabando de debilitar su voluntad.

—Buenas tardes —dije mientras recorría con la mirada su cuerpo desnudo.

—Buenas tardes, Señora.

—¿Estás preparado?

—Sí, Señora.

Él sabe perfectamente que esa pregunta dará paso a lo que más desea, más necesita en ese preciso momento:

—Alza la vista y mira mis zapatos —ordené.

Lentamente -como Yo le había enseñado- levantó la mirada hasta mis zapatos y los miró fijamente hasta que le permití:

—Huélelos… sin tocarlos.

Casi no le dio tiempo a disfrutar del privilegio que le había concedido pues enseguida le ordené:

—Bésalos con amor… Pero, recuerda, solo los zapatos

Y así lo hizo durante unos minutos en los que Yo disfrutaba de su sumisión, de su apasionada entrega.

—Ahora retira suavemente los zapatos —ordené.

Mientras lo hacía con la máxima delicadeza Yo le ordené:

—Huélelos… de cerca… quiero sentir cómo los toca tu nariz…

Así lo hizo. Como un poseso comenzó a disfrutar de la envolvente fragancia que emanaba de mis pies mientras Yo disfrutaba de aquella escena cargada de pasión, de sumisión hacia Mí.

—Detente— dije interrumpiéndole—. Pasea tu lengua por ellos: lámelos…

Maliciosamente disfruté observando cómo su erección crecía descontroladamente. Él sabe perfectamente que esas demostraciones de excitación están absolutamente prohibidas en mi presencia, salvo con mi expresa autorización, claro está.

—Ahora las plantas; las quiero bien húmedas —detallé.

Agachó aun más su cuello y lo retorció para pasear una y otra vez, de principio a fin, su abnegada lengua. Me gusta esa sensación, ese característico cosquilleo excitante… Así que tardé unos minutos en ordenarle:

—Ahora entre los dedos… lentamente… uno a uno… varias veces, hasta que me canse…

Y tardé en cansarme. No podría describir con precisión el placer que me proporcionaban aquellos cuidados y aquella situación…

—¡Ya! —ordené—. Ahora, arrodillado, cálzame.

Cumplió diligente y cuidadosamente mis órdenes. Luego lo mantuve arrodillado y con la mirada baja más de un minuto hasta que le dije:

—Esa erección no baja. ¿Qué hacemos?

—No sé, Señora —dijo tembloroso—. Lo que Usted desee, Señora.

—¡Evidentemente que haremos lo que Yo desee! Te he preguntado porque quiero saber qué crees que deberíamos hacer. Sabes que poco me importan tus instintos, pero que no soporto que no sepas controlar el exteriorizarlos. Vamos… ¡responde!

—No sé… Señora… quizá…. no sé…

—Tranquilo —interrumpí—. ¡Yo sí que sé!

Me levanté y lo cogí de una oreja hasta la ducha. Abrí al máximo el agua fría y le dije:

—Vamos, adentro.

Antes de que el agua fría tocara su cuerpo ya había desaparecido prácticamente su erección, pero preferí asegurarme.

Luego, mientras se secaba, miré en nuestro armario privado los CB disponibles hasta que encontré el que buscaba; un modelo estándar sería suficiente.

—Ven, siéntate a mi lado —dije.

Aceptó con la debida resignación que se lo colocara y candara.

—Me llevo la llave —sentencié. Todavía faltan casi dos semanas para concluir tu período de castidad y, la verdad, no me fío…

—Me voy —dije a continuación—. Ya sabes lo que tienes que hacer.

Se postró ante Mí y besó mis pies hasta que di por finalizado el protocolo de despedida. Me fui hasta la puerta y me detuve hasta que él la abrió por completo.

—Llámame mañana por la mañana —ordené—. Y no olvides revivir esta noche todos y cada uno de los inolvidables momentos que has vivido conmigo hoy. Buenas tardes.

—Sí, Señora. Buenas tardes, Señora.

Y allí se quedó, en su puerta, hasta que Yo entré en el ascensor mientras con una maliciosa mirada le confirmaba lo mucho que había disfrutado…


 
 

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Comentarios  

#1 Ángel Hernando 04-10-2020 15:14
Maravilloso, mi señora. Me hubiera gustado ser yo. Su sucio perro faldero. A sus pies

 

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